
Mario Piloni, vecino del barrio de Flores, tropezó esta mañana mientras caminaba por la calle Yerbal entre Gavilán y Caracas.
Según testigos presenciales, Piloni al tropezar se inclinó peligrosamente hacia adelante, dió unas zancadas largas para recuperar el equilibrio, y luego aprovechó el envión para salir trotando y alejarse de la zona.
Se encuentra bien, recuperándose junto a su familia.
Ceferino S., jubilado, vió todo y lo cuenta así: “Se tropezó con una piedra más o menos por ahí, a mitad de cuadra. Serían las nueve de la mañana. Cuando vi lo que pasaba le pegué el grito a mi señora para que llamara al SAME. Yo ya lo daba por muerto, pero este muchacho no sé cómo se recompuso y se fué al trote hasta Caracas. Ahí dobló para el lado de Rivadavia.”
“Nació de nuevo”, agregó.
La Policía Científica determinó que la causa del tropezón no fué una piedra, como trascendió en un primer momento, sino un sorete de perro en estado fósil. “El elemento en cuestión posee las características de una piedra en lo que se refiere a dureza, textura y color. Pero tras un detenido análisis con disolventes químicos y carbono 14 llegamos a la conclusión de que se trata de una deposición canina efectuada en 1937 por un ejemplar masculino de raza indeterminada, sólidamente adherida a las baldosas, efecto de una dieta basada en arroz partido, huesos y engrudo”, explicó el oficial Hugo Chumbo, a cargo de la investigación.
La propietaria encargada de la vereda con la falsa piedra, comentó que nunca quiso removerla porque le parecía “linda y energética”.
La señora dijo también estar “podrida” de que Yerbal sea “el baño de todos los perros de departamento que hay por Rivadavia”.
“Todas las noches es un desfile de gente que trae a sus perros a cagar acá, mientras ellos se hacen los boludos”, acusó.
Otro testigo casual, profesor de física, perplejo por el contraste entre el violento traspié y la elegante salida al trote de Piloni, inició una investigación no oficial del caso y la resumió así para este periódico: “El ángulo de inclinación de Piloni después de tropezar, lo juro, llegó a no menos de 45 grados con el cuerpo recto. Esto implica que para restablecer el centro de gravedad debió, instantáneamente, extender una pierna hacia adelante en un ángulo inverso igual o menor, lo que teniendo en cuenta la doble aceleración, en caída libre y horizontal, es un absurdo. Piloni tendría que haberse ido de jeta al piso. Esto es científico. Con mi cuñado (que es físico nuclear) reprodujimos el escenario y las condiciones del suceso, probamos, y nos caímos en todos los casos. Esto no tiene explicación racional.”
“Estamos en presencia de un milagro”, concluyó.
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