Un Remisero Lleva Más de Seis Horas Esperando Que Salga Un Borracho De Una Fiesta

La reunión decae, pero el pasajero insiste en que “ya vienen las putas”.

“Me llamaron para que pase a buscar a unos pibes a las 12. Y ahí los tenés”, dice Rodolfo, 54 años y remisero de la localidad de San Martín, mientras señala con el mentón una casa muy iluminada de la que sale una estruendosa música. Son las cinco de la mañana y Rodolfo fuma sin parar apoyado en el guardabarros de su Corsa. Parece resignado: “cada tanto sale un pibe y me pide que aguante, que ya salen, pero parece que hay uno que no se quiere ir”.


“El que no se quiere ir es Aníbal”, me dice Poli, casi a los gritos. Poli es del grupo que pidió el remis, y amigo de Aníbal. Le pido que nos alejemos de los parlantes para hablar mejor, y retoma la historia: “la idea era pasar un toque por acá, tomar algo y a las doce irnos a un boliche los cuatro, Aníbal, el Turco, Maxi y yo. Pero Aníbal no está bien. El no te lo va a reconocer, pero yo me doy cuenta, nos conocemos de chicos con Aníbal. Y la cosa es que hace poco se peleó con la novia. El se hace el gil, dice que le chupa un huevo, pero yo sé que quedó hecho mierda. Y apenas llegamos acá, se desató. Empezó a tomar como un pelotudo, de todo. Yo le dije: Aníbal, no mezclés. Pero no me dió bola, estaba endemoniado”.

Poli sigue hablando, pero yo miro al rincón donde está sentado Aníbal. A su lado hay una planta alta, parece un gomero, y está salpicada de vómito. El Turco trata, por enésima vez, de levantar a Aníbal y llevarlo a la calle. “Dale boludo, que ya llegó el remis”, apura Maxi. “Soltame boludo que ya vienen las putas”, responde Aníbal.

Las putas son, según Leo, el dueño de casa, “unas minitas de Olivos que conocí en Gesell el verano pasado. Quedaron en venir hoy, pero no era seguro. Creo que Aníbal las vió en fotos. ¿Si son putas? Yo todavía no me cojí a ninguna, pero tienen cara de viciosas. Es que las chetas son así, parecen de otro planeta y que uno a lo máximo que puede aspirar es que te tiren galletitas, pero bien que les gusta la verga. Lástima por Aníbal, me parece que todavía no superó que se le muriera la abuela”.

Suena el timbre. Es Rodolfo, el remisero. “Decile a los pibes que si por una de esas putas casualidades se les ocurre irse ahora, que me esperen un cacho. Voy a comprar cigarrillos a la estación y vuelvo”.

A lo lejos, escucho: “¡Soltame forro, que ya vienen las putas!” Son las cinco y media.

Un flaco de rastas, con cara de cansancio, propone hacer una vaca entre todos y llamar a una puta de verdad para que se lleve a Aníbal a otra parte. Ante la posibilidad de un desembolso, varios optan por irse. “Pero si con el pedo que tiene no se le va a parar el choto”, argumenta otro. No se vuelve a hablar del tema.

“Yo me lo transaría a Aníbal”, me dice por lo bajo una morocha llena de piercings, “pero no da, lo conozco de toda la vida, y además vine con mi marido”.

Poli, el Turco y Maxi ya se rindieron. Cabecean sentados cerca de la planta que parece un gomero pero vomitado. Curiosamente, el más animado es Aníbal. Se tambalea con un vaso de cerveza en una mano y un cigarrillo en la otra y arenga a sus amigos: “¡Vamos putos, que ya vienen las putas!”

Seis de la mañana. Me voy.

En la calle, el remisero Rodolfo sigue esperando. Y explica: “No me puedo ir sin los pibes. Ni loco. Yo los conozco desde que nacieron, son buenos pibes. Pero medio boludos, viste. Inocentes. Y este es un barrio bravo, si se vuelven caminando los negros se los cojen. Por eso los voy a esperar. Total, que me hace. El remisero tiene un poder que lleva a una gran responsabilidad.”