Una mujer se arrepiente de conocer personalmente a sus amigos de Facebook

Por Churro (especial para El Impertérrito).- Finalmente, Silvia tuvo su revelación. LA revelación de esta era: La verdadera función de las redes sociales es mantenernos separados. En casa, tecleando jajaja en vez de soltar una risotada antihigiénica, que salpica saliva verde de mate y migas de factura. Con ridículos emoticones supliendo gestos incontrolables, siempre reveladores o embarazosos. La ilusión de vida social: un clic del mouse, un amigo nuevo. Un amigo con el que nunca robé canillas de las obras en construcción en las tardes después del colegio. O una amiga con la que jamás lloraste o intercambiaste bombachas. La amistad sin mocos, ni peleas sangrientas, sin olor a pedos o a chivo. Facebook (o cualquier otra) está hecha para mantenernos separados. Lejos de la calle. Del club. O de la unidad básica, o del comité, o hasta de la sociedad de fomento. De la pandilla. Todo esto le llegó a Silvia casi como un golpe en la boca del estómago. Lo peor: fué su culpa. Ella había propuesto la reunión del grupo de Facebook y se alegró cuando le llegaron los "asistiré" de casi todos. Y ya reunidos los amigos en un bar, sintió asco. ¡La gente es fea! ¡Suda! ¡Tiene mal aliento! ¡Las barbas pinchan! ¡Yo jamás me habría fijado en este idiota! ¡Que además usa peluquín y se traga los mocos! ¡Esa se ríe como un caballo! ¡Esta otra sube fotos falsas! Silvia aguantó dos horas estoicamente, inventó una visita al ginecólogo y se fué. "Conéctense esta noche", dijo desde la puerta. Tomó un taxi hasta el centro, se metió en un cine, salió, volvió a su departamento. Se bañó muy pero muy a conciencia. No cenó, pero fumó mucho. Dió vueltas, y al fin se sentó frente al monitor. La mayoría de sus amigos estaban conectados; extrañamente le gustó eso. "Me gusta", cliqueó.